Hace cientos de años, al pie de los nevados Chimborazo y Carihuayrazo, los Tomabelas caminaban los páramos con respeto y sabiduría. Sus voces, vestidas de quichua y tradición, se entrelazaban con el viento que aún hoy recorre las montañas.
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Pilahuín nació de ese legado. Entre el canto de las aves andinas y las aguas sagradas de las cochas, la comunidad resistió, cuidó su tierra, su lengua y su memoria. El compadrazgo, traído por los españoles, se mezcló con la antigua red de ayllus, dando paso a una nueva forma de hermandad.

Hoy, cada sendero guarda sus pasos, cada mirada lleva su fuego. Y quienes llegan, no solo encuentran paisajes… descubren una historia viva que los invita a formar parte de ella.